16 may 2010

BICENTENARIO: LA MANÍA DEL PEINETÓN (DISEÑO DE LA MODA)


Agustina Rosas de Mansilla,     
Óleo de García del Molino
Peinetón que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes


Por Amanda Paltrinieri
Muchas películas de época europeas muestran los exagerados tocados y sombreros que se usaban en las distintas cortes. Algunos, que demandaban varias horas para su confección, eran francamente ridículos: bien podían consistir en soberbias fuentes de frutas o en jaulas en las que hubiera podido vivir cualquier pajarraco. Pero en materia de desmesura, las mujeres de Buenos Aires y Montevideo entre 1830 y 1850 se llevaron las palmas gracias a la moda de los peinetones, un fenómeno que no halló eco en ninguna otra parte del mundo y provocó las más crueles burlas y los más encendidos enojos.
Masculino para las mujeres
Peinetas hubo siempre. Las españolas, particularmente, fueron muy admiradas no sólo por su función como adorno sino también por sus arabescos y calados que las convertían casi en objetos de arte.
En América españolas y criollas adoptaron esa moda, aunque a medida que comenzaron a crecer los movimientos independentistas -especialmente en el Río de la Plata- recibieron otras influencias: recogían el pelo en un rodete que se ajustaba con peinetas y lo sostenían hacia arriba con flores y plumas que servían también como adorno. "Las damas de Buenos Aires -comentó un cronista de la época- han adoptado un estilo de vestir que tiene algo de inglés y de francés, pero conservando el uso de la mantilla que todavía le da un carácter particular."
Pero hacia 1830 las peinetas rioplatenses evolucionaron por su cuenta, sobre todo desde la aparición de maquinarias de cierta complejidad. Uno de los peineros más famosos fue el español Manuel Mateo Masculino, quien se afincó en Buenos Aires y llegó a comercializar sus productos en Montevideo y Asunción. Él creó unos peinetones que llegaron a tener dimensiones desmesuradas y se convirtió en árbitro del nuevo estilo.
Por entonces también comenzaba a surgir con fuerza el movimiento romántico, que proponía un "volver a las fuentes", lo que a Masculino le vino bien porque en materia de vestuario se traducía en retomar -y exagerar- las tradicionales peinetas. El resto se hizo solo: Buenos Aires era una pequeña ciudad con ínfulas de metrópoli y esa moda original causó furor. Masculino, por supuesto, se hizo rico.
Radiografía del peinetón
A medida que los peinetones aumentaban su tamaño, las mantillas fueron dejadas de lado: tanto calado y arabesco no sólo los tornaba frágiles como para sostener el encaje más pequeño y se convertía también en algo digno de admirar.
Originalmente eran de carey, un material muy noble. Pero éste era importado, y cuando se desató la fiebre de los peinetones subió varias veces de precio (de los veinte pesos promedio que costaba la libra en 1824 subió a 95 en 1831). Por suerte para muchos bolsillos, comenzó a trabajarse el asta de vacuno que, por medio de tratamientos químicos, podía llegar a parecerse al carey rubio.
Los artesanos que los fabricaban no escatimaban técnicas para realzarlos: los calaban, los cincelaban, los moldeaban y les incrustaban oro, marfil, nácar o piedras.
En cuanto a las formas, podían ser ovales, trapezoidales, de varillas o acampanados. Los motivos -generalmente dispuestos en guardas horizontales o radiales- solían consistir en vegetales y animales diversos, plumas, teas y canastas, entre otros. La delicadeza de los trabajos era digna de los mejores artistas. Un ejemplar de La Gaceta Mercantil de 1824 hablaba de "trabajos finísimos, como pelos de cabeza, hechos en máquinas".
Los peinados también debieron adaptarse al crecimiento de los peinetones. Se impuso la raya al medio y se multiplicaron los rodetes: dos en los costados y otros dos -de unos diez centímetros- hacia arriba podían llegar a sostener el mamotreto. "Tienen todo un edificio de cabellera en la cabeza -relató un francés que vivió un tiempo en Buenos Aires-, y deben hacer eso para mantener unos peinetones cuyas dimensiones llegaron, en 1834, a un metro diez centímetros."
El problema del tamaño no era broma: La Gaceta Mercantil publicó un aviso de dos fabricantes franceses, Jauniaux y Rousseaux, quienes decían que como "tuvieron la desgracia de hacerlas algo pequeñas, se dedicaron enseguida a fabricarlas de mayor tamaño". Otro aviso anunciaba que "se componen peinetas usadas, aumentándolas, renovando el modelo, calando las lisas con el dibujo que el interesado diseñe y dejándolas en todo como nuevas". El artesano seguramente habrá tenido trabajo, porque los peinetones eran delicados y el viento debía romperlos cada dos por tres.
Aunque los tocados gigantescos no duraron muchos años (hasta 1836), la moda del peinetón pervivió hasta la caída de Juan Manuel de Rosas. De la mano (de la cabeza, debería decirse) de su esposa, Encarnación Ezcurra, el adorno quedó ligado a la facción rosista del federalismo: llegaron a fabricarse peinetones cuyos ornamentos consistían en divisas punzó, consignas políticas del tipo "mueran los salvajes unitarios" y hasta efigies del propio Rosas.
El ridículo total
Si toda moda tiene sus críticos, pocas como ésta dieron lugar a situaciones desopilantes. La policía, cuentan, debió zanjar una durísima cuestión: dado que las veredas eran apenas más anchas que uno de esos peinetones: ¿quién tenía derecho a pasar primero cuando dos damas se topaban en el camino?
"La inmensa, extensiva y prolongada peineta que nos han sacado las damas es uno de los fenómenos de la moda -decía El Monitor-. Por último, una exageración tan exagerada excede los límites de lo exagerado, y si creen las damas que les favorece la enormidad del tamaño de las peinetas están en un error."
De las críticas se pasó enseguida a las polémicas, como la recogida en La Gaceta Mercantil en 1830. Parece que los varones también tenían su costado vanidoso, que se reflejaba en las patillas que usaban, y ellos fueron en su momento ridiculizados por una tal "Doña Casiana la modista". El 31 de julio, el periódico publicó la respuesta de un grupo de hombres que firmaron como "Los Patilludos":
"Me parece que antes de reparar las extravagancias ajenas, debía usted haber mirado las de su sexo, las cuales son a la verdad bastante ridículas, y no poco gravosas para los pobres maridos. Consisten en llevar en la cabeza una peineta de vara y cuarta de alto y de dos de largo, y unas mangas de cartón, lona o papel con las cuales ocupan ustedes las veredas hasta el grado de tener que caminar de lado de miedo de arrugarlas, y unos bucles, trenzas y postizos que con el menor ventarrón se van volando. De manera que con estos artificios desfiguran sus lindos rostros y excitan la burla de
Los Patilludos."
La referencia a los "pobres maridos" no era ociosa: la manía de los peinetones llevó sus precios a las nubes. Un poema aparecido en el periódico La Argentina decía: Casarse debe la Juana
¿Pues qué haremos
para las bodas de la bella Juana?
Dos mil pesos en bronceada cama,
panebón de merino de a quinientos,
un peinetón que cueste setecientos.
Otro, publicado en La Gaceta Mercantil en 1833, se titulaba directamente "¡Abajo peinetas!" y despotricaba contra esos peinetones / que arruinan a los ricos, / depiden a los pobres / y engordan a los gringos.
Del mismo año era el poema A las modas, editado en El Iris:
Comúnmente dicen
que el gusto es más grato
cuanto más variable
se encuentra y extraño (...)
Mas yo digo que
hay gustos amargos (...)
¿Cómo ha de gustar
a un pobre rentado
que su mujer gaste
por peineta un rancho,
y que por la moda
se vea empeñado?
¿Cómo ha de gustarle
que a muy corto espacio
la moda varíen
con algún calado
o alteren la concha
en el largo y ancho?
Esto es imposible
y aun estrafalario,
vivir al capricho
de los artesanos (...)
La ridiculización de esta moda tuvo su máxima expresión en la gráfica: la serie de litografías de César Hipólito Bacle Extravagancias de 1834 mostraba como ningún texto el absurdo tamaño de los peinetones y los problemas que traía su uso. Fue Bacle también quien saludó el fin de la manía por lo gigante: "Felizmente -escribió en 1836- las peinetas están enterradas. ¡No turbemos el reposo de  los muertos y volvamos a los vivos!"
El British Packet, un periódico porteño escrito en inglés, comentó por esos días respecto de una función teatral: "En general los palcos presentaban un brillante concurso femenino; casi todas las damas llevaban las peinetas recientemente inventadas. Apenas algunas aparecieron con las grandes de Masculino o los odiosos sombreros. Las nuevas y elegantes peinetas son de moderado tamaño, distinguidas, y nos parecen mucho más convenientes que aquellas monstruosas últimamente en uso."
La moda de las peinetas duró varios años más, aunque nunca volvió a ser tan desproporcionada. Pero si la fiebre dio pie a situaciones ridículas, también fue motivo de consideraciones morales y religiosas. Precisamente, una de las "estrellas" de la muestra que se expone en el museo es el cuadro La vida y la muerte, del pintor Juan Visier: contra la certeza de que todo muere, no hay peinetón ni moda que valga.
© 1998
Agradecemos la investigación del profesor Horacio Botalla, del Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco.

2 comentarios:

  1. Excelente artículo. Las imágenes y el contenido son buenísimos.
    No me canso de felicitarlos por este blog.

    Un saludo

    Liliana
    www.asiaprendemos.com.ar

    ResponderEliminar
  2. Gracias Liliana por tu generosidad. Recomiendo desde aquí una visita a Así Aprendemos... ¡También digna de no perdérsela! Abrazo!!!!!!!

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