En la izquierda de la composición aparece Mercurio, el dios mensajero y del comercio. A su lado se encuentran las Tres Gracias, enlazadas, por sus manos, recordando su postura los pasos de la danza cortesana. El centro de la escena está ocupado por Venus, la diosa del amor y del placer, sobre cuya cabeza se sitúa Cupido, con los ojos vendados y disparando sus flechas. La zona de la derecha está presidida por la Primavera, esparciendo las flores por la tierra. Flora, cuyo desnudo cuerpo es cubierto por un paño transparente, es perseguida por Céfiro, uno de los vientos. El fondo es un bosque que elimina cualquier referencia a la perspectiva.
En este cuadro, Botticelli pone de manifiesto su dominio del color y del dibujo. Las figuras están modeladas con suavidad por luces y sombras, adquiriendo una corporeidad única. Sus miradas y sus cuerpos refuerzan la sensación de armonía y musicalidad que respira el conjunto. Los personajes se representan en la naturaleza, lo que equivale a describirla con la máxima precisión posible, como si se tratara de un ejercicio botánico.
El tema del cuadro está en sintonía con las ideas neoplatónicas de la corte de los Médici, resucitando algunos de los episodios más destacados de la mitología clásica, entendida como saber válido. La obra se vincularía, por lo tanto, con los textos del neoplatónico Poliziano.
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