por Carlos Vega
Los  documentos                    denuncian su presencia desde 1825. Se extiende  rápidamente por                    gran parte del país, cruza al Uruguay, llega al  Paraguay, se                    menciona en Chile y, más lejos, en el Perú, figura en  los                    repertorios de las academias mientras se ofrece como  número                    coreográfico en los teatros. Decae en Buenos Aires al                    promediar el siglo, pero se conserva algunas décadas  más en el                    interior; reaparece en nuestra capital, ya como  espectáculo,                    en 1879-1880, y el recuerdo de su gallarda foja y de  sus                    largos itinerarios se pierde luego por completo en  toda la                    República.
El  Minué                    Montonero, como sus congéneres precitados, pertenece a  una                    generación de danzas europeas muy difundida y  celebrada en                    América. Su característica yuxtaposición de un tiempo  lento y                    un tiempo vivo es una antigua regla de composición  musical y                    ordenación coreográfica que se reanima y prospera en  la Europa                    mundana del siglo XVIII. 
Hacia  1750 la                    Gavota francesa – según Raoul Charbonnel – “ compartía  la                    preponderancia con el minué; participaba un poco de  este baile                    y de otro más animado”. La Gavotte de Vestris”  se                     iniciaba y terminaba con algunos compases del  minuet de la                    Reine” , y una Gavota francesa que sobrevivió en  América                    hasta los comienzos del sigloXIX, principiaba con una  especie                    de minuet y enseguida pasaba a un aire vivo de dos  tiempos, en                    que los bailarines ejecutaban movimientos vistosos y  difíciles                    con los pies” – como dice el memo-Realista chileno  José                    Zapiola.
Debemos                     insistir en que la fórmula coreográfica del grupo  criollo que                    integran el Montonero, la Condición, la Sajuriana y el  Cuando,                    es europea, como la que difunden las maternales  Gavotas. Esta                    familia francesa introduce en América varias especies y                     produce variantes locales en diversos países. Si la  aparición                    de un mismo nombre en distanciadas ciudades no pudiera                     atribuirse siempre a las irradiaciones de un solo foco                     americano,  se podría pensar en que algunas especies                    recibieron, al pasar por España, el rótulo que  conservaron                    después no importa dónde (1).  Lo indudable                    es que todas ellas vinieron con una parte lenta y otra  viva, y                    que, por lo tanto, carece de fundamento la reiterada  opinión                    de que la Argentina recibe un Minué y le agrega un  Gato o una                    Zamba. En general, las formas son europeas. Lo que es  criollo                    en nuestras danzas – y por eso son nuestras – es el  estilo de                    la ejecución, la posible modificación de detalles, la                    asimilación, los recursos ornamentales o  complementarios y,                    sobre todo, la significación de que se impregnan  cuando las                    reanima el espíritu local, el sentido que adquieren  cuando se                    integran en nuestro vivir.
En el  caso del                    Minué Montonero o Federal se comprueba una vez más el  vínculo                    de la anécdota coreográfica con los acontecimientos  políticos                    y sociales del país.
Allá  por el                    año 1818 empieza a llamar la atención de los  militares                     una original táctica guerrera concebida en las  llanuras de                    acuerdo con las aptitudes de los gauchos, con las                    características del territorio, con la extensión del  escenario                    y con el género y cantidad de los recursos  disponibles. Era su                    fundamento, en cuanto exigía a los combatientes  esfuerzos y                    valor ilimitados, la subordinación fanática del hombre  a su                    caudillo. Estas tropas campesinas se llamaron al  principio,                    “federales” o “anarquistas”, y poco después recibieron  el                    nombre de “montonera” – como es sabido -. La misma                    denominación se extendía a su estilo de guerra, y cada                     combatiente era un “montonero”. Esos temerarios  jinetes –                    infantes no eran vencidos aunque perdieran, porque si                    fracasaban su acometida se alejaban tan velozmente  como                    aparecían. Sus precursores de 1817, más eficaces,  diezmaron en                    Salta a un veterano ejército realista  considerablemente                    superior en número
(1)   Un                    paréntesis sobre metodología. La voz “cuando”, como  nombre de                    danza, se encuentra en la Argentina, Chile, Perú,  Venezuela,                    Cuba y México – hasta ahora -. Ante tales datos, lo  discreto                    es suponer que la danza misma  (coreografía-versos-música)                    llevó consigo la voz de su propio nombre, aun  admitiendo que                    luego haya variado o perdido uno o más elementos de su                     complejo. Sólo por falta de discernimiento se puede  suponer                    que muchas ciudades americanas hayan coincidido                    independientemente por azar, en la elección de una  misma                    palabra (de entre las mil que corren en las coplas)  para                    bautizar varios diferentes bailes. Esto significa  negar a la                    danza capacidad de dispersión que, de hecho, se  reconoce a las                    coplas sueltas. La ingenuidad es evidente si la  suposición se                    mantiene cuando los casos se multiplican. Por ejemplo:  en                    Venezuela y en la Argentina, aparecen como nombres de  danza,                    las palabras Mariquita, Caramba, Refalosa y Cuando. De  manera                    que la coincidencia en la elección, no imposible pero  difícil                    una vez en un lugar,tendría que haberse producido nada  menos                    que cuatro veces. Es mucho más juicioso admitir que  esas                    danzas hayan modificado o perdido su música, sus  versos y                    hasta su coreografía. El Cuando mexicano conserva  versos como                    los argentinos y cierta vaga analogía en algunas de  las                    versiones musicales en tanto la Mariquita, en ese  mismo país,                    ha conservado clara analogía musical y ha perdido el  nombre.                    La similitud de los elementos aislados si se repiten  en varias                    danzas aun a gran distancia, indica la antigua  existencia de                    un estrato común disgregado. Al escribir en 1936 que  el Cuando                    “tal vez se conoció con otro nombre en Buenos Aires,  pensé en                    la Gavota francesa, en el Minué afandangado y en el  Minué                    montonero, pero no tenía ni tengo los datos necesarios  para                    determinar sus relaciones. En todo caso, lo posible es  que –                    aparte la Gavota -  la danza primitiva haya sido el                    Cuando, y Montonero, su nuevo nombre. Jamás lo  contrario. De                    acuerdo con la documentación disponible, el Cuando es  anterior                    al Montonero. 
 En  1820 la                    ciudad de Buenos Aires vió a los montoneros  provinciales                    triunfantes, en el propio baldío de su plaza central.  Al año                    siguiente desaparecieron del escenario porteño y se  organizó                    un gobierno regular y estable. Parece clara la  influencia de                    tales sucesos en la denominación de “montonero”  que  un                    favorito Minué con allegro, importado o no,  recibe en                    Buenos Aires por esos años.
A un  siglo                    largo de aquellas conmociones es difícil explicar la                    aplicación de un nombre al parecer “federal” a una  danza al                    parecer “unitaria”, es decir, a una danza que reina en  los                    salones y en las tertulias de numerosas familias  unitarias.                    Acude a la mente la conciliatoria suposición  de que  en                    aquel momento, con la intervención de los montoneros,  triunfe                    el ideario republicano en que, con pocas excepciones,                    coinciden los argentinos de todos los partidos  políticos y de                    todas las clases sociales. De cualquier modo, el hecho                     demuestra que la ansiedad, palpitante incluso en los  apacibles                    círculos de esparcimiento, se transmite a la danza  inocente,                    le comunica significación, le pone su sello durable.  Si nuevos                    testimonios no se oponen, el de 1820 sería el año  bautismal                    del Minué Montonero.
Los  primeros                    documentos que lo nombran son varios años posteriores,  pero                    los hechos que nos transmiten ocurren en  circunstancias y                    lugares que suponen muy anterior dispersión de la  danza.
En  1825 el                    capitán José Andrews, por entonces dedicado a  importantes                    negocios mineros, estuvo unos veinte días en Buenos  Aires y                    siguió luego viaje a Bolivia haciendo anotaciones a su  paso.                    En Santiago del Estero concurrió a “un baile criollo”,  sin                    duda en salón aristocrático, y pudo apreciar el  auténtico                    estilo de las danzas nativas. Antes las había visto en  Córdoba                    y – en cuanto respecta al Montonero – seguramente  también en                    Buenos Aires. Con gusto se entregó a la práctica de  tales                    novedades, a juzgar por todo lo que nos dice en su  noticioso                    libro de l827. En el norte de la provincia de Tucumán,  al                    llegar a la población de Trancas, Andrews fue recibido  y                    agasajado por las autoridades, y luego, para  corresponder a                    sus atenciones, les ofreció una pequeña fiesta. En  este punto,                    dice el viajero: “Como estuviéramos ya bastante al  corriente                    de las maneras y bailes del país, pudimos hacer  discreta                    figura en la mariquita y el montonero, y así pasaron  las horas                    “ …
El  sabio                    francés Alcide d´Orbigny no omitió en sus obras  interesantes                    observaciones sobre la vida social sudamericana. En  1827,                    después de una breve estada en Buenos Aires, remontó  el río                    Paraná y estuvo un tiempo en la provincia de  Corrientes                    dedicado a sus trabajos de naturalista. Pues bien: el  viajero                    halló el Montonero en Itaty, antigua población  enclavada en el                    bosque, cerca del Alto Paraná, a unas doce leguas de  la ciudad                    de Corrientes. El 4 de noviembre de 1827 los  habitantes del                    lugar le ofrecieron un baile con motivos de su santo.                    Concurrió la orquesta itatiense, que se componía “de  algunos                    malos violines y arpas”, y empezó la danza.
“Se  bailó el                    alegre cielito, durante el cual, al sonido de los instrumentos                    se unía el canto de una o de varias personas que  entonaban las                    coplas más chistosas. Durante esta danza tan vivaz,  los                    bailarines hacen sonar los dedos con el fin de imitar  el ruido                    de las castañuelas. Al cielito siguió el grave minué  pero la                    danza más linda fue el minué montonero, que une a la  seriedad                    característica del género las graciosas figuras de la                    contradanza española”.
Más  lejos                    todavía, en Caacaty, pueblito situado en una lengua de  tierra                    arenosa que se estira entre las lagunas de Iberá y  Maloya,                    d´Orbigny oyó de nuevo al Montonero, con mucho agrado,  a un                    grupo de indios guaraníes. Nada más que para ver hasta  qué                    clase de heroicas y lejanas orquestas rurales había  llegado el                    minué porteño a fuerza de pura transmisión oral,  leamos lo que                    escribió el prolijo sabio: “Uno tocaba un violín que  él mismo                    había fabricado, otro punteaba un arpa hecha de un  solo tronco                    deárbol ahuecado sobre el cual se había adaptado una  tapa                    armónica y cuerdas fabricadas en el pueblo; otro  punteaba la                    guitarra. Los tres hijos del arpista componían la  batería, uno                    munido de una caja, el otro de un bombo, el tercero de  un                    triángulo; pero lo que me impresionó sobre todo, fue  un indio                    ciego que había fecho con una caña un flageolet  cuyos                    sonidos recordaban los de una flauta, y con el cual,  midiendo                    la intensidad del soplo, producía dos octavas de  justísimos                    sonidos”. Más adelante añade d´Orbigny: “Estos  virtuosos nos                    tocaron, con mucha precisión, algunos aires  nacionales, y yo                    apenas me explicaba cómo hombres sin principios de  teoría y                    que no disponían sino de instrumentos tan imperfectos,  podían                    ejecutar aires y hacerse escuchar con placer.  Ejecutaron el                    acompañamiento del cielito; y al punto las personas  presentes                    se pusieron a bailar esta alegre danza acompañada  siempre de                    cantos, que reproducían, en toda su ingenuidad, la  primera                    edad de la civilización. Continuaron con el minué  montonero,                    muy de moda en el país, y que, al carácter grave del  minué                    común, une el de esas figuras tan graciosas, de esas  pasadas,                    que los españoles saben ejecutar tan bien”.
El  Minué                    Montonero, pues, había llegado en 1827 a uno de los  pueblitos                    menos accesibles del nordeste argentino. Por eso  dijimos que                    su dispersión es muy anterior a estos documentos.
Cuando  el                    andariego sabio regresó a Buenos Aires en 1828, pudo  verlo una                    vez más. Al darnos el repertorio coreográfico de las  tertulias                    familiares, dice: “se danza el minué, el montonero, la                     contradanza y el vals”.
Dos  años                    después llegó a Buenos Aires el naturalista francés  Arsene                    Isabelle, joven entusiasta y simpático. Vivió en  nuestra                    ciudad desde 1830 hasta 1833, y publicó en 1835 su  libro de                    impresiones Voyage à Buenos Aires et Porto Alegre.                     Habla de nuestro mundo social, y en un párrafo  recuerda el                    encanto sin par de Mariquita Peña, la “Estrella del  Sur”. Dice                    que sus admiradores la cumplimentan “por la gracia que  ha                    desplegado en la última tertulia en que bailó un  cielito y la                    montonera”.  Y en nota al pie explica el carácter de  nuestro                    baile: “Suerte de minué saltado, en el cual la  bailarina imita                    las castañuelas con los dedos. Esta danza  - añade -                     es enteramente arrebatadora”. En otro lugar anota la  nómina de                    la época: “Además del minué, bailado generalmente,  está                    todavía la montonera, el cielito, la contradanza  española y la                    contradanza francesa”.
La  costumbre                    de presentar en escena las danzas de salón hizo que  varios                    actores de la época, se distinguieran como eximios  bailarines,                    y hasta los había especializado para los intermedios y  finales                    coreográficos. No abundan, sin embargo, los datos  concretos.                    El 11 de agosto de 1829 se bailó el Montonero en el  teatro de                    Montevideo – según noticias que halló el eminente  historiador                    uruguayo Lauro Ayestarán -. Decía el programa:  “Seguirá una                    graciosa Pantomima nueva titulada La Muerte de  Arlequín la que                    terminará con un Minué Montonero bailado por dos niñas                     ejecutando la Sa. Luisita Quijano la parte del  hombre”. Y otra                    vez, el 18 de enero de 1831, el actor Felipe David  bailó el                    Montonero en una comedia, también en Montevideo.
Una  compañía                    de bailarines y mimos de que eran astros Felipe Catón y  su                    señora, triunfa en Buenos Aires por entonces. Dicen  las                    carteleras que el 3 de setiembre de 1833, concluida la  obra                    teatral, “la Sra. Catón acompañada del Sr. Martínez  bailará                    las acreditadas boleras del Montonero”. Naturalmente,  si las                    tales boleras estaban acreditadas es porque se habían  bailado                    antes de esa fecha. Consta, en cambio, que se  ejecutaron                    después. El Diario de la Tarde comunica a sus  lectores                    que el 16 de octubre de 1834… “El Sr. Catón y su  esposa                    bailarán las boleras del montonero”.
En la  época de                    su apogeo social, pues, el Minué criollo fue objeto de                     recreaciones coreográficas teatrales; además, los  compositores                    le prestaron atención y hasta fue número de concierto.  El                    mismo diario nos informa que el domingo 1º de febrero  de 1835                    se representará en el teatro la comedia Adolfo y  Clara…                    “Concluyendo el todo de la función, con tocar el Sr.                    Gutiérrez, en dos guitarras, un Vals, un Minuet  Montonero y un                    londú variado, composición suya”. Suponemos que no  tocaría él                    solo las dos guitarras al mismo tiempo.
Un                    memorialista porteño, el doctor José Antonio Wilde,  autor del                    libro Buenos Aires desde setenta años atrás,  que                    apareció en 1872, nos dio la lista de las danzas  favoritas                    hacia 1810-1830: “Los bailes de aquellos tiempos eran:  el                    minuet liso (a veces el figurado, rara vez el de la  Corte),                    con que se daba principio siempre al entretenimiento,  cediendo                    generalmente el puesto de honor a la señora de la  casa,                    acompañadas de otra respetable matrona y dos  caballeros                    formales; el montonero o nacional, llamado más tarde,  en                    tiempos de Rosas, el federal: el vals                     (pausado)…” etc.
Otro                    memorialista de Buenos Aires, Santiago Calzadilla,  publicó en                    1801 su conocido libro de recuerdos Las beldades de  mi                    tiempo y, en cuanto nos interesa, coincide con  Wilde,                    supuesto que no lo haya seguido. Su nómina de los  bailes                    preferidos en los salones en las tertulias de  1830-1840, más o                    menos, está contenida en el siguiente párrafo:  “Rompían el                    baile con un minuet liso, las señoras y caballeros de  más                    categoría acompañando a los dueños de casa”. Y agrega  que,                    después, “ya quedaba oficialmente inaugurada la  tertulia para                    el minuet liso, el montonero, llamado el año 40 minuet                     federal”, etc.
En  efecto,                    cambió de nombre. No en 1840 sino cuatro o cinco años  antes,                    el Minué Montonero empezó a llamarse en Buenos Aires,                    preferentemente, Minué Federal. El nuevo nombre tiene  poca                    resonancia en provincias, no elimina del todo los  títulos                    anteriores y subsiste hasta la caída de la dictadura  federal                    (1852). Dura el nombre cuando dura en la ciudad la  danza                    misma; y esta vez no desaparece por razones políticas,  pues                    ocurre que hacia la mitad del siglo se precipita la  decadencia                    y sobreviene la muerte general de la familia de los  Minués,                    gloriosamente vieja, ya extinta en casi toda  Sudamérica.
El  triunfo de                    don Juan Manuel de Rosas, elegido gobernador de Buenos  Aires                    en 1835, exalta a sus partidarios. A las grandes                    manifestaciones en que se asocian todas las clases; a  las                    guardias de honor que montan cientos de militares y  civiles;                    al paseo del retrato en un carro triunfal; a las  solemnidades                    eclesiásticas y civiles; al paseo del retrato en un  carro                    triunfal; a las solemnidades eclesiásticas en acción  de                    gracias y a las explosiones poéticas de  circunstancias, se                    añade un sigiloso homenaje: el viejo Minué Montonero  recibe el                    nombre de Minué Federal. La iniciativa habrá partido  del                    ambiente teatral, tan eficaz en la difusión de las  reuniones                    sociales o de los círculos partidarios, y considero  muy                    probable que la “federalización” ha coincidido con los                     esperanzados transportes subsiguientes al 13 de abril  de 1835,                    en que se recibió del mando el nuevo gobernador. Sin  embargo,                    el flamante rótulo no aparece hasta el año siguiente.
La  misma                    compañía de Felipe Catòn, que el año 1834 ejecutó las  Boleras                    del Montonero, presenta en el teatro el 12 de agosto  de 1836,                    después de una “divertidísima petipleza”, el acto  coreográfico                    de costumbre: “El Sr. Catón y su esposa, baylarán las  Boleras                    del Federal”, según el Diario de la Tarde y La                     Gaceta Mercantil. Conviene observar que la  “bolerización”                    presupone la general aceptación del nombre político  que ha                    recibido el baile de salón.
Semanas                     después, en setiembre 26, la famosa actriz rosista Ana                     Rodríguez Campomanes reaparece en las carteleras con  motivo de                    su beneficio. Después del drama, y de la tonada que  ofrece “a                    petición de algunos Compatriotas federales”, sube el                    “divertido saynete El Chispero”… “En el que la  beneficiada                    vestida de hombre hará el papel de su título, y la  Sra. Funes                    en traje de Figurota y en obsequio a aquella, bailarán  por                    primera vez el Minuet Federal , con el  Chispero”.                    Nótese que Catón y su señora bailan las “boleras” del  Federal,                    es decir, una recomposición coreográfica para teatro,  mientras                    la Campomanes y la Funes ejecutan el propio Minué de  salón.
Desde  entonces                    el rebautizado baile llegará al público de diversas  maneras.                    Durante su temporada de 1837 los maromeros que  trabajan en el                    Jardín del Retiro harán pruebas al son de su música:  “El                    payaso bailará el Federal sobre la maroma”, el 30 de  agosto;                    “El payaso subirá a la cuerda elástica y a pedimento  de                    algunas personas repetirá el Minuet Federal”;  el 3 de                    setiembre: “El niño Gervasio bailará en la cuerda con  los ojos                    vendados el Minuet Federal”, el 26 de octubre; en fin,  el 8 de                    diciembre “La niña Guillermina bailará el Minuet  Federal                    en la maroma”.
Pero,  si bien                    la repetición de la danza demuestra la complacencia  del pueblo                    en oírla, la música era en el circo poco menos que  “música de                    fondo” para habilidades de volatineros. Mientras,  seguían las                    creaciones teatrales. En Montevideo, centro de  exilados                    unitarios, se presentaban con el nombre antiguo. Así,  el 12 de                    enero de 1837, los niños Priggioni danzan en el teatro  “las                    Boleras del Montonero”  - según Lauro Ayesterán -.
La  compañía de                    juglares porteños reedita en 1838 sus éxitos  “federales”.                    Nuevamente Guillermina y el niño Gervasio ejecutan sus  pruebas                    al son del Minué Federal, y su música acompaña, un par  de                    meses después, a la “joven Carolina”. En 1839 “La  joven                    Manuela concluirá con un Minuet  federal por primera  vez                    en la cuerda”; varias veces lo ejecutará luego el  volatinero                    Gervasio Macías, hará lo propio Catalina Manzanares y,                     finalmente, ya en el año 1840, Carolina Sosa ofrecerá  una vez                    más el Minué criollo.
Los  datos del                    memorialista uruguayo Mariano Ferreira merecen crédito  a Lauro                    Ayestarán. Encuenta en su libro referencias a un sarao  que se                    dio en Montevideo en 1839, y éste es el párrafo del  caso:                    “Terminado el desfile se hizo un poco de música, y  doña                    Bernardina se empeñó en que mi hermano Fermín y yo  luciéramos                    nuestras habilidades bailando un minué montonero, el  cual                    estaba muy en moda por esa época”.  El rótulo federal,  pues,                    no tuvo aceptación fuera del país.
Sarmiento  lo                    menciona en Chile. Observó cómo la presentación de la  Cueca en                    el teatro había “enloquecido al público” chileno una  noche de                    verano de 1842, y escribió su notable artículo – poco  menos                    que un ensayo – sobre la trascendencia de las danzas                    nacionales. Se refiere en un párrafo a la nostalgia de  los                    emigrados argentinos y al momento en que “ensayan  rehabilitar                    su nacionalidad y vivir de su patria y de sus  recuerdos”.                    Entonces escribe Sarmiento: “El minué montonero con  sus                    graciosos alegros, despierta sus adormecidas  fantasías; parece                    que al escuchar su alegre y animada música, salen de  un                    letargo y se sienten llamados a la vida por la  armoniosa voz                    de un hada amiga”.
Tal  vez                    Sarmiento conoció el Montonero en San Juan, su  provincia                    natal, antes de pasar a Chile: acaso vio cómo lo  bailaban los                    emigrados argentinos. De cualquier modo, le atribuyó                    significación nacional, y no anduvo muy errado.  Después del                    Cielito, que representa el período de la  Independencia, el                    Montonero simboliza el momento en que el sentir  antiguo                    reacción y busca la restauración del equilibrio dentro  del                    orden republicano.
En el  año 1845                    hallamos su nombre en el Perú. El profesor de baile  Hilarión                    M. Moreno ofrece al público sus lecciones en un  pequeño                    período de Tacna titulado El Fénix, Nº 32. Dice el  aviso: “El                    que suscribe con conocimientos precisos para enseñar  bailes de                    sala como Cuadrillas, Valses, Contradanza, Gabota, el  Minué de                    Vestris, el Montonero o sea el Minué Argentino, etc.,  ofrece                    sus servicios a las personas de ambos sexos”… Y el día  26 de                    noviembre del mismo año, El Comercio de Lima  anuncia el                    “Baile del Minué Argentino” en el Teatro Circo, según  el                    investigador argentino Rodolfo Barbacci.
Están  muriendo                    los Minués en todas partes; pero aún sobrevivirá el  Montonero,                    aislado, en algunos lugares. En el Paraguay lo vio el  viajero                    George Frederick Masterman, y nos lo cuenta en un  libro que                    publicó en Londres corriendo el año 1870. Fue en una  fiesta a                    que asistió en Paraguari, ya en la década del 60.  Habla de la                    concurrencia, describe el Cielito, se refiere a la  orquesta y                    después dice: “Tuvimos varias otras danzas, el grave                    Montonero, la Media Caña”, etc. Nada más que eso.
El  periódico                    cordobés La Carcajada lo recuerda en 1872. “En  las                    tertulias que dieron en sus casas respectivas D.  Antolin Funes                    bailó un federal y D. Pablo Moyano unos aires”.                     Probable broma dirigida a personas conocidas de la  ciudad.
Corren  los                    años y las nuevas generaciones echan en olvido al  célebre                    Minué criollo. En el siglo presente las tradiciones  enmudecen.                    Apenas se recuerda, el nombre en Tucumán, Santiago del  Estero,                    Santa Fe y Misiones; y en Corrientes, el nombre y los  versos.                    Sólo he podido hallar dos personas que, en muy  diferentes                    circunstancias, conocieron el Minué Montonero.
Una  se nos                    presenta como protagonista de un episodio en que  concurren la                    tradición oral y los documentos.
En el  año 1879                    la ciudad de Buenos Aires celebra y aplaude a dos  niños de la                    sociedad porteña que bailan el Minué Montonero en  salones y                    teatros. Siete u ocho años tendrán Sara Ciernan y  Alberto                    Roldán, los danzarines, e intervienen varias veces en  fiestas                    de beneficencia.
En  diciembre                    de 1879 una cronista los ve en el Jardín Florida y  anota que                    fueron los “héroes de la noche” en la ejecución del  “célebre                    minuet montonero”. Y añade: “Es de perecer de risa, el                     contemplar aquellos dos niños perfectamente vestidos, y                     gravemente posesionados de sus roles, haciendo todas  aquellas                    posturas y figuras académicas con una precisión  admirable”.
En  febrero de                    1880 el Correo del Domingo presentó un grabado a  toda                    página en que aparecen los niños bajo el título de  “Minué                    Montonero” y con los nombres de ambos al pie. El  cronista les                    dedica un comentario. “Por su corta edad – dice -, el  minué de                    épocas memorables, estos niños se han conquistado una                    verdadera popularidad, habiendo sido aplaudidos con  verdadero                    entusiasmo cada vez que se han exhibido ante el  público”. Más                    adelante agrega: “Ellos, serenos, circunspectos,  graves, con                    sus trajes característicos y sus actitudes académicas,                     personificaban una época, bailando el aplaudido minué  de                    nuestros padres”. Prosigue: “¿Cómo ha podido  conseguirse en                    niños de tan tierna edad esa precisión en el paso, la  figura,                    el saludo, etc.?”. Y al cabo de forzadas e impropias  cuentas,                    la cronista aclara: “Todo ello ha sido obra de los  mismos                    deudos de los niños…”
Exacto.  Estas                    publicaciones me indujeron a emprender la búsqueda de  los                    bailarines, y tuve la suerte de hallar a la señorita  Ciernan y                    a la pianista que ejecutó la danza en aquellas  oportunidades.                    Desgraciadamente, la pianista falleció poco después,  antes de                    que hubiera podido grabarle la versión musical del  Montonero.                    Alberto Roldán, el niño – hermano y orador Belisario  Roldán -                    , había muerto muchos años atrás.  
La  abuela de                    la señorita Ciernan, que bailó esta danza hacia  1830-1840, es                    decir, en tiempos de su boga, se había encargado de  enseñar a                    los niños la coreografía. Se daba el caso  extraordinario de                    que con sólo dos portadores teníamos noticias sobre  las                    figuras tal como se ejecutan más de cien años antes.  Los datos                    de la señorita Ciernan, sin embargo, no del todo  precisos por                    momentos, resultaron insuficientes para la  restauración                    documental completa del extinto Montonero.
La  otra – la                    otra persona que conoció el Minué criollo – es doña                    Escolástica Arsenia Almeida, que nació el 10 de  febrero en la                    ciudad de Santa Fe, donde aún vive contando sus  frescos                    noventa y un años. Servicial noticia del profesor  Evaristo G.                    Mosqueda me permitió entrevistarla, y así pude conocer  la                    coreografía y oír a la anciana una antigua versión  musical de                    la danza. La propia informante y tres de los presentes                     integramos un cuadro para la exhumación práctica de  las                    figuras.   
Doña                    Escolástica nos comunica que vio bailar el Montonero  en los                    salones y en las tertulias de Santa Fe allá por los  años                    1875’1880. Lo llamaban el “Federal Nacional”, nunca  “Minué”.                    Anotamos la versión coreográfica y grabamos la música  que nos                    cantó. De ambas cosas hablaremos a su tiempo. Baste  aquí, que                    el Minué Montonero perduró en los salones de Santa Fe  hasta                    1880 más o menos.
Poco  después                    lo recoge el circo y pasa a los dominios de los                    tradicionalistas. En 1891 el dramaturgo Abdón  Arózteguy                    incluyó el Minué Federal en su drama Julián Jiménez, y  Pepe                    Podestá, protagonista de la obra y director del circo  que la                    estrenó, obtuvo la reconocida versión musical y su  texto – me                    comunicó – de un ex soldado de Rosas residente en  Quilmas. Lo                    publicó su hermano, Antonio D. Podestá, en 1896, y fue                     exhumado desde entonces muchas veces. La segunda  versión                    musical – hablo de las dos que circulan desde comienzo  del                    siglo – me oculta su procedencia. Posteriormente han  aparecido                    trece más; y la coreografía con que suele presentarse  ha                    sufrido algunas modificaciones.
Una  especie de                    Minué-Gavota, en fin, recibe nuevo bautismo  probablemente en                    1820; brilla en Buenos Aires quince años con el nombre  de                    Minué Montonero y otros quince con el de Minué  Federal; por el                    interior, decae y muere en la treintena siguiente y se  inicia                    en seguida la serie de sus reapariciones como  espectáculo.                    Caracteriza dos interesantes momentos históricos  nacionales y                    es una de las grandes danzas tradicionales argentinas.
                                                                                                                                       FUENTE: revista "Música y  Teatro"                         año 1951 :Provincia de Buenos Aires . Ministerio  de                         Educación
 
 
 
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario
NO OLVIDES ESCRIBIR TU NOMBRE AL COMENTAR